Estimados amigos:
«El haberme casado implicó una gran transformación en mi vida: pasé de no tener ni amigas, ni novias, a estar casado. Mi esposa tiene un carácter muy fuerte, es una mujer fuerte, que se crió en Estados Unidos, un país de primer mundo; yo crecí en un país tercermundista, en una cultura de machos, donde el hombre tiene el 51% del poder y la mujer, el 49%. La cultura de mi mujer es lo opuesto: ambos tienen la mitad del poder, o a veces ella decía que tenía el 51% y yo el 49%. Así que empezamos a pelear muchísimo, cada quien decía lo que pensaba y discutíamos mucho; entonces ella me echaba y yo tenía que dormir en el sofá.
Entonces me di cuenta de que las emociones son un punto ciego; empieza con dos problemas: 1) sólo decimos lo que queremos, nunca nos ponemos en el lugar del otro y por eso hay peleas; 2) estamos demasiado preocupados por nosotros mismos, estamos ensimismados.
Así que mi plática se enfocará en cómo empezar a tener paz con nosotros mismos y entonces poder empezar a lidiar de manera más sana con nuestros problemas y relaciones.
El primer paso es notar nuestras propias fallas. Notar y juzgar son dos cosas distintas. Notar no está mezclado con la emoción, juzgar, sí. [Por ejemplo, pensamos] “ay, me siento muy bien” o “ay, me siento tan mal…” Juzgamos nuestras emociones, pero al notar estamos más calmados. Es como tener un espejo. Las mujeres se maquillan con un espejo, ¿no? y si se equivocan con el lápiz labial no gritan “ay, mierda”, sino que sólo lo ven y lo corrigen. Tan sencillo como eso. Así que sólo noten sus propios problemas, si sólo los notan en lugar de juzgar, la paz viene enseguida. Sin embargo, si no lo hacen, pueden pensar en tener paz, pueden hablar de tener paz, pero no tendrán paz, porque nunca aprenderán de sus errores. Hablar de paz es una mentira, primero tienen que empezar con sus propios errores [y trabajar con ellos].
Así fue mi propia historia de vida. Me peleaba con mi esposa, yo empezaba a notar que era muy infeliz, que estaba muy molesto. ¿Por qué? por mi “yo” macho. Pero yo sabía de meditación. De hecho, después de casarme me acordaba mucho más de mi maestro; yo decía “Ay, maestro, qué bueno fuiste” y entonces recordaba que debía meditar. Si mi “yo” macho disminuía, entonces mi relación con ella mejoraba muchísimo. Con el tiempo ella me dijo “has cambiado, ¿cómo?” y yo le contesté que era gracias a la meditación. Entonces ella quiso también meditar. Dormíamos con nuestro hijo de dos años en medio y en las mañanas nos parábamos a meditar. Ahora, rara vez peleamos, rara vez discutimos. Claro, de vez en cuando tenemos nuestros desacuerdos, pero está bien, le pone un poco de sabor a la relación, pero no tenemos grandes peleas. Ésta es una buena vida.
Así que la clave es empezar a notar cuáles son nuestras fallas.»
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